Los Likanantay de San Pedro de Atacama


Los atacameños tienen una larga data ancestral, habitaron el territorio desde el período arcaico (9000 a 15000 AC), donde cazaban animales y recolectaban frutos de la zona. Posteriormente en el período Formativo (1500 ac a 400 dc), se asentaron en la aldea Tulor, caserío que aún pervive en lo profundo del desierto, ya que se encuentra enterrado bajo la fina arena del norte.

 Réplicas de la Aldea Tulor

Posteriormente, destaca su conexión con el imperio Tiwanaku (500 a 1000 AC), del altiplano boliviano. Se han encontrado diversas tabletas de rapé, con las que consumían el alucinógeno llamado Cebil o Wilca, que lo extraían de Argentina.

 Aldea Tulor.

Con la expansión del Tawantinsuyu Inka (Siglo XV y XVI), comenzó una etapa de roces con las comunidades locales, pero a pesar de todo, las evidencias indican que lograron aceptarse mutuamente y convivir pacíficamente.

La hecatombe de la comunidad Likanantay, surgió con la llegada de los españoles, quienes ya venían curtidos por los diversos genocidios provocados en el resto de América. Entre 1526 y 1540, arribó Diego de Almagro, Pedro de Valdivia y Francisco de Aguirre, comienzando un historia cruenta, ya que la ideología mercantil y de explotación de recursos, a costa de vidas humanas, se consumó con los ibéricos. Ayudados por indios yanaconas esclavos, traídos del Perú, comenzaron fuertes guerras contra los locales.

 Pukará de Quitor.

En la batalla de Quitor, Aguirre logra apoderarse del pukará, mandando a descabezar a 300 Likanantay, que sufrieron el desconcierto por la sed de sangre española. Su propósito era el sometimiento para los trabajos forzados (objetivo logrado a cabalidad).  Fueron perdiendo su lengua original, el Kunza, y parte de su cultura. No obstante, los Likanantay, fueron organizándose para resistir el yugo opresor. Con el paso del tiempo, el sentimiento de antagonismo y oposición se fue acrecentando en las culturas “andinas”, dando forma a diversas revoluciones indígenas de la zona, como la revolución de Tupak Amaru en Tungasuca Perú y la de Tupac Katary en Bolivia. Éstas no pudieron lograr su objetivo emancipador, pero generaron esperanza en un futuro libre para los abuelos del norte.

 Morteros del Tambo de Katarpe.

Con el pasar de los años,  los Likanantay, han logrado adaptarse a los embates de la modernidad, y se han organizado fuertemente, trabajando en minería y agricultura de la zona. Actualmente, son los encargados de cuidar los atractivos turísticos y parques nacionales, integrándose al auge comercial de San Pedro.

 Volcán Likankabur

Conversando con algunos de ellos, destaca la similitud de la cosmovisión que comparten con los diversos pueblos precolombinos de América. Veneran el volcán sagrado que es el Likan Kabur, que significa volcán del pueblo. La leyenda cuenta que él y su hermano (otro volcán) estaban enamorados de la única montaña que se divisa al frente del cordón de volcanes, y que Likan Kabur enfurecido, envió una bola de fuego y decapitó a su hermano, para quedarse con la doncella.

 Volcán Likankabur.

Los Geyser del Tatio son el abuelo, la parte masculina del valle. Las lagunas altiplánicas son las abuelas, la parte femenina. Esta visión genera una armonía con el entorno, que les hace respetar la naturaleza, y protegerla de la explotación. 

 Ventana Inka del Tambo de Katarpe.

El Pukará de Quitor, representa un importante centro sagrado para los Likanantay, ya que allí fueron decapitados sus abuelos, por lo que es un centro de respeto, cultura, fuente de historias y leyendas.

Se podría decir que estamos ante una gran cultura que ha mantenido su identidad, mitos e historia a pesar de los golpes crueles de la invasión occidental, que torturó a gran parte de la población americana. Algunos fueron exterminados, pero otros han logrado sobreponerse, otorgando esperanza en un futuro donde los diversos pueblos de América, puedan encontrar su lugar de paz y realización colectiva en una América unida y consciente de su historia.

 Restos del tambo de Katarpe.

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